Minerva Institute
La jugada de apertura en la partida del ajedrez nuclear de Europa
Documento de Información Minerva 02/24
Febrero del 2024
Febrero del 2024
Explora el impacto del conflicto ucraniano en la seguridad nuclear de Europa. Este informe detalla las medidas adoptadas por los países europeos frente a la amenaza nuclear rusa y discute el concepto de ‘nuclear sharing’ entre aliados.
Don José Ignacio Castro Torres
Miembro de Minerva Institute.
La jugada de apertura en la partida del ajedrez nuclear de Europa.
El conflicto de Ucrania, en pleno corazón de Europa, ha convulsionado el panorama de seguridad que había vivido el viejo continente. Si bien las operaciones llevadas a cabo hasta ahora han sido de carácter convencional, es también cierto que las fuerzas nucleares rusas se encuentran en estado de alerta desde comienzos del conflicto. Frente a la amenaza rusa, los países aliados europeos han optado por una serie de medidas en las que su seguridad territorial debe ser sopesada con el riesgo nuclear que podrían correr. Ante esta situación cabe preguntarse si las diferentes opciones elegidas son lo suficientemente adecuadas.
Palabras Clave
Ucrania, nuclear, capacidad de represalia, respuesta flexible, destrucción mutua asegurada, “nuclear sharing”.
Abstract
The Ukrainian conflict, in the heart of Europe, has shaken the security landscape the old continent had been experiencing. Although the operations carried out so far have been of a conventional nature, it is also true that Russian nuclear forces have been on alert since the beginning of the conflict. Faced with the Russian threat, the European allied countries have opted for a series of measures in which their territorial security must be weighed against the nuclear risk they could run. Faced with this situation, the question arises as to whether the various options chosen are acceptable.
Key Words
Ukranie, nuclear, retaliatory capacity, flexible response, mutual assured destruction (MAD), “nuclear sharing”.
Las opiniones vertidas en este documento es responsabilidad de su autor, sin que necesariamente concuerden con las líneas de pensamiento de Minerva Institute.
Desde el año 2023 Rusia venía anunciando un posible despliegue de armas nucleares en Bielorrusia. Sin embargo, no fue hasta mediados de marzo de 2024 en que se publicó una información, proveniente de Inteligencia de Imágenes (IMINT), que afirmaba el más que posible despliegue de este tipo de armamento en el territorio bielorruso. Esta información confirmaba una anterior filtración de febrero de 2023, en el que un alto mando funcionario del ministerio de defensa de la Federación Rusa había inspeccionado un depósito de armamento cercano a la ciudad bielorrusa de Ashipovichy (Kristensen y Korda, 2024).
A pesar de esta situación, fuentes provenientes de OTAN afirman que las amenazas percibidas por esta organización, teniendo en cuenta el marco del conflicto entre Rusia y Ucrania, no han cambiado significativamente.
Sin embargo, los países más cercanos a la zona en litigio no parece que compartan la misma opinión, e incluso las potencias nucleares europeas han realizado sus propias aproximaciones a esta nueva situación. Además, en Europa Occidental existen depósitos de armas nucleares estadounidenses, que podrían ser empleados por los propios EE.UU. o sus aliados, en virtud de acuerdos cuyo contenido no ha sido divulgado (Detsch y Gramer. 2024). Finalmente, otro grupo de países, entre los que se encuentra España, no poseen este tipo de armamento ni lo tienen desplegado en sus territorios.
No parece a priori que el actual conflicto ucraniano pueda desembocar en una escalada nuclear, pero con las fuerzas nucleares rusas en estado de alerta, esta opción no debe ser completamente descartada según evolucionen los acontecimientos, que hoy en día parece que no son tan malos para los rusos como en un principio se pronosticaba. No obstante, un escenario de estas características se podría contemplar debido a la ambigüedad de los aliados, a la posibilidad de que Rusia necesite recuperar su credibilidad en caso de fracaso sobre el terreno o que se produjese un incidente inesperado que llevase a una escalada no prevista (Cimbala y Lawrence. 2023).
Aunque el presidente Putin se ha mostrado no partidario del empleo de armas nucleares tácticas, se ha jactado de la gran cantidad de armento de este tipo que posee la Federación Rusa1. En un documento recientemente filtrado se contempla el uso de estas armas para evitar que otros países se involucren en un conflicto o quieran intensificarlo; detener una agresión; o hacer que su marina de guerra sea más eficaz. Igualmente, los documentos filtrados contemplaban el empleo de armas nucleares estratégicas en el caso de perder el 20 por ciento de sus submarinos dotados de armas nucleares; el 30 por ciento de sus submarinos de propulsión nuclear; tres o más cruceros; tres bases aéreas; o que se produjese un ataque simultáneo sobre determinados centros de mando y control (Seddon y Cook. 2024).
1 Es difícil definir la diferencia entre un arma nuclear táctica o estratégica. En gran medida no solo dependerá de sus efectos y su alcance, sino también de cual sea el objetivo seleccionado. Como una posible norma a seguir, se pueden considerar como tácticas a aquellas armas nucleares de corto alcance (menos de 500 kilómetros) y baja potencia (un orden de magnitud que no supere la escala de los kilotones) y que sea empleada contra objetivos militares situados en la zona de combate.
Por todo ello, a lo largo del presente artículo, se buscará realizar una somera aproximación a la situación nuclear en el momento actual, con una especial visión en qué puede suponer dicha situación en los países que se encuentran desnuclearizados, pero con implicados en el conflicto ucraniano a través de las Organizaciones Internacionales a las que pertenecen, como podrían ser la UE y la OTAN.
A pesar de lo que las fuentes de la Alianza Atlántica puedan afirmar, lo cierto es que sus países miembros pueden tener opiniones muy precisas que no tienen por qué estar completamente alineadas con lo que el staff de esta organización afirme desde Bruselas. Por ello se debe observar también lo que las propias capitales puedan estar realizando, independientemente de las acciones de la OTAN o la propia UE.
En el territorio de la Europa Occidental existen dos países nuclearizados, constituidos por Reino Unido y Francia, ambos miembros de OTAN y el último perteneciente a la UE. En otros cinco países europeos existen bombas nucleares de gravedad estadounidenses, desplegadas en escuadrones de municionamiento de su fuerza aérea. En Alemania, Bélgica, Holanda, Italia y Turquía este material se encuentra distribuido y con posibilidad de que los países que lo acogen lo puedan emplear, sin que se conozcan las circunstancias concretas que contemplan esta posible transferencia, en lo que se denomina “nuclear sharing” (Mattelaer. 2021. 124-125). El resto de los Estados europeos no se encuentran en ninguna de las circunstancias descritas anteriormente.
A partir de la situación inicial anteriormente descrita, la puesta en estado de alerta de las fuerzas nucleares rusas, la evolución del conflicto ucraniano y el redespliegue nuclear ruso a medida que han evolucionado los acontecimientos, han hecho que se produzcan determinadas reacciones que merece la pena que sean evaluadas.
Por parte de los países más cercanos a la zona de conflicto, parece que el temor a una intervención convencional rusa en sus territorios podría ser contrarrestada con el despliegue de fuerzas nucleares que constituyesen una garantía para su seguridad. De esto se desprende la tendencia de Polonia a constituirse en un nuevo socio del “nuclear sharing” (Hoffmann. 2024). Los países bálticos parecen encontrarse tanto o más preocupados que los propios polacos, aunque sus declaraciones sobre los temas nucleares no son tan asertivas como las de sus vecinos del sur, posiblemente por sentir muy próximo el aliento del oso ruso. Por ello se comprenden las palabras del ministro de Defensa lituano, Arvydas Anusauskas, quien viene advirtiendo del posible incremento del despliegue nuclear ruso en Kaliningrado, territorio de la Federación que se encuentra entre Polonia y Lituania. Los bálticos se quejan de que la Alianza no tome medidas más contundentes y que si los rusos acercan sus armas nucleares, los aliados deberían hacer lo propio. Por ello, parece que la opción báltica podría pasar por el despliegue directo de fuerzas nucleares de otro país de la Alianza en su propio territorio (Drago, 2024).
Entretanto, en Alemania ha vuelto a los foros de opinión el “debate nuclear” que suele ser recurrente cuando se produce un cambio de situación geopolítica. En esta ocasión y con el temor a que el futuro inquilino de la Casa Blanca no quiera implicarse en los riesgos que conlleva la seguridad de los europeos, los alemanes se enfrentan a un nuevo dilema. Las opciones podrían pasar por la confección de su propia arma nuclear; una disuasión a la europea, dentro de la OTAN, en las que Francia y Reino Unido llevasen el papel predominante; o confiar en que Francia fuese su garante de la seguridad a cambio de co-financiar la Force de Frappé francesa (EU Non-Proliferation and Disarmament Consortium,2024).2
Sin embargo, no parece que Francia se sienta tan europeizada cuando se tratan cuestiones relacionadas con la más intrínseca seguridad nacional. Independientemente de lo que interpretasen algunos medios de comunicación social, el mensaje del presidente Macron con referencia al conflicto de Ucrania fue claro al decir que Francia jamás comenzaría una ofensiva en contra de Rusia y que París y Moscú no estaban en guerra.3
2 Se ha descartado directamente la hilarante opción de una eurobomba nuclear, con su maletín de mando y control transfiriéndose cada seis meses según fuese la presidencia rotatoria de la Unión.
3 Quizás Macron haya querido aliviar algo de la fuerte presión que los franceses sufren en el Sahel, donde compañías de seguridad rusas se han asociado con los gobiernos de estos países. En este contexto Francia está perdiendo una gran parte de su influencia en la región, de la cual extrae importantes materias primas entre las que se encuentra el uranio, elemento crítico del programa nucleoeléctrico francés.
Por su parte, el Reino Unido, fuera de la UE, dentro de la OTAN y con una especial afinidad con los EEUU, también juega con iniciativa propia sus piezas en el tablero nuclear. Al igual que Francia tiene asegurada su capacidad de represalia basada en sus submarinos con potencial nuclear, aunque no poseen este tipo de armas en sus fuerzas aéreas. Ahora, británicos y estadounidenses se plantean el despliegue de armas del mismo tipo de las del “nuclear sharing” en alguna base de la RAF, aunque por el momento “el Reino Unido ni confirmar ni niega la presencia de armas nucleares en un lugar determinado» (The Guardian, 2024). Si estas previsiones llegasen a llevarse a cabo, los británicos se situarían en una posición de disuasión debido a la represalia asegurada, pero también podrían participar en una escalada nuclear limitada de respuesta flexible sobre el tablero europeo en el caso que se produjese alguna contingencia que condujese el conflicto ucraniano a un escenario nuclear.
Es difícil que se produzca una escalada nuclear en el territorio europeo, siendo el origen el conflicto ucraniano. Sin embargo, si multiplicásemos la probabilidad de acaecimiento del suceso por el impacto que este pudiera ocasionar, posiblemente obtendríamos un escenario que no sería para nada admisible y que de algún modo habría que modificar.
No obstante parece que no todo el bloque occidental juega en las mismas condiciones, lo cual, contemplando el ejemplo de una partida de ajedrez, tiene una lógica tan aplastante como despiadada.
En primer lugar, aparece Estados Unidos como la mayor de las piezas y con una posición de intervención en el tablero, pero situado fuera de este. Los estadounidenses no solo tienen la capacidad de represalia, sino que la entidad de su arsenal nuclear es tan grande que podrían destruir a Rusia como entidad estatal cohesionada. Esto podría ser mutuo por parte de Rusia, llegando a una situación de Destrucción Mutua Asegurada (MAD por sus siglas en inglés). A pesar de todo, esta situación es beneficiosa para los estadounidenses, que en estas circunstancias pueden dedicarse a emplear herramientas diplomáticas, informativas, militares o económicas entre las que se podrían incluir las de “nuclear sharing” con los países del tablero Europeo. Dentro de estas medidas se podrían utilizar aquellas de respuesta flexible, en las que se intercambiasen objetivos nucleares dentro de Europa, sin llegar nunca a Rusia.
Dentro de la propia Europa se encuentran las dos potencias nucleares reconocidas constituidas por Francia y el Reino Unido, ambas dotadas con la capacidad de represalia que les otorgan sus respectivas fuerzas de submarinos nucleares. Mientras que la aviación francesa puede llevar a cabo acciones puntuales que en un momento dado pudieran ser consideradas como flexibles, el Reino Unido no posee todavía esta capacidad, por lo que se entiende que quiera dotarse de ella mediante el “nuclear sharing” que le puede ofrecer su aliado estadounidense. Si los británicos se dotasen de la citada capacidad podrían participar en una escalada en el conflicto, sin que sus intereses de seguridad supremos se viesen comprometidos.
En una situación nuclear inferior se encontrarían los cinco Estados europeos en los que se encuentran desplegadas las armas nucleares de EE.UU. en los términos que para cada uno se encuentren sus acuerdos de “nuclear sharing”. Estos países, sin estar del todo protegidos por una capacidad de represalia efectiva, si que podrían realizar acciones de ataque nuclear con las limitaciones que le proporcionan el tipo de arma de la que podrían disponer. Además, habría que tener en cuenta que al ser su vector de lanzamiento un avión, su índice de atrición sería muy elevado, su capacidad de respuesta sería lenta y su alcance estaría limitado.
Desperdigados por el tablero se encuentran las piezas más débiles por no poseer ningún tipo de capacidades nucleares, estableciéndose dos categorías de actores. La primera de esta serían aquellos países que se encuentran muy próximas al territorio de la Federación Rusa y al conflicto ucraniano. Este es el caso de las pequeñas repúblicas bálticas, que se encuentran altamente preocupadas por la situación en la que se encuentran. Un caso parecido es el de Polonia, aunque es mayor en fuerza y tamaño y está algo más separada de una posible acción convencional rusa. Se entiende que en esta posición del tablero todos estos países se hayan planteado con seriedad una defensa nuclear en una u otra modalidad (despliegue directo o “nuclear sharing”).
Finalmente se encuentran aquellos países implicados, pero alejados del conflicto y que no poseen ninguna modalidad de disuasión nuclear, entre los que se puede encontrar España. Su presencia en las fronteras de la OTAN se debe al compromiso entre los aliados, pero ni se encuentran directamente implicados ni tienen intereses específicos.
En la tesitura anteriormente analizada se plantean una serie de cuestiones, algunas de cuyas respuestas nos aclarará el tiempo, teniendo en cuenta que una posible escalada nuclear sería una situación en la que la humanidad jamás ha estado involucrada. No están claras cuáles serían las líneas rojas que disparasen una crisis nuclear ni las implicaciones de la evolución de los acontecimientos que implican a las fuerzas convencionales. Tampoco queda claro como se produciría una escalada nuclear ni como se desarrollaría, sin tener claro si se subirían y bajarían peldaños en dicha cuestión, se escalarían y se reconduciría la situación o bien se continuase un ascenso con consecuencias impredecibles.
Tampoco queda claro si merece la pena correr los riesgos que la posible escalada del conflicto implica. Parece obvio que los países que tengan la capacidad de represalia no van a encontrase a merced de una acción nuclear por parte de Rusia, pues ningún dirigente aceptaría asumir, ante un ataque ruso, un objetivo de alto valor en su país para proteger otro aliado. En una segunda categoría podrían encontrase todos aquellos países en los que el “nuclear sharing” podría constituir una disuasión que, aunque no fuese del todo completa, pudiera ser lo suficientemente efectiva.
Queda, pues, la cuestión de los Estados implicados sin capacidad nuclear. Es posible que aquellos que ven una amenaza existencial debido a la proximidad del conflicto sean capaces de sopesar el riesgo a cambio de la protección, e incluso que aspiren al despliegue nuclear, ya sea directamente por parte de otro actor o de manera compartida. Finalmente habría que realizar una pregunta para el resto de los actores distales no nucleares ¿merece la pena correr este riesgo?
José Ignacio Castro Torres
Miembro de Minerva Institute
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